Lo Lamento. Lo Lamentamos

El mes de septiembre había entrado con fuerza, y el calor de agosto, lejos de remitir, parecía que aumentaba. Acababa de amanecer y no corría ni un soplo de aire fresco, lo que presagiaba otro día de asfixiante verano.

Pepe el manco no terminaba de acostumbrarse a llevar puesta la mascarilla, desde el mes de marzo, la vida había cambiado inesperadamente y el Coronavirus había puesto patas arriba al mundo entero. Primero fue el confinamiento en las casas, y ahora, aunque se podía salir a la calle, había que hacerlo obligatoriamente con mascarilla para evitar la propagación del virus a través de nuevos contagios.

– ¡Buenos días, Pepe!

– ¡Buenos días, Miguel! – contestó el manco al panadero del pueblo, que ya llevaba una hora repartiendo pan.

– ¡¿Necesita ayuda?! – preguntó en tono jocoso Miguel.

– No es menester, al final conseguiré colocarme el bozal este con más maña que por el momento.

– Ja, ja, ja, ¡un bozal dice!, ja, ja, ja, pues no va usted descaminado.

– En otros tiempos los bozales los llevaban los burros enteros o los que les tiraban mordiscos al arriero o los que se entretenían en el camino en busca de un bocado de hierba…Y ahora, fíjese usted, los llevamos nosotros los humanos.

– ¡Qué cosas!, ¿no, Pepe?

– Que digo yo que a lo mejor llevamos bozales como burros porque hemos sido “muburros” con el planeta demasiado tiempo, y la naturaleza nos devuelve el maltrato en forma de un bicho que no se ve y que además viene con muy mala uva.

– Los chinos, Pepe, los chinos. – interrumpió el panadero.

– A saber, Miguel, yo lo único que sé es que en la Sierra, cuando hay más cabras monteses de la cuenta, y como no tienen depredadores naturales, salvo algunos cazadores y algunos furtivos, viene la sarna y les da un repaso…”pamí” que el coronavirus este es nuestra sarna del siglo veintiuno.

– Bueno Pepe, que siga usted bien y no se quite el bozal para que no le entre la sarna. – replicó Miguel con algo de retranca

– Veo que tiene a Majuelo aparejado con el serón. ¿A dónde van hoy?

– A Los Jarales, a los pinares que lindan con Quéntar, nos vamos a traer una carga de piñas, que luego en el invierno vienen muy bien para encender la lumbre.

– ¡Que tenga un buen día!

– ¡Con Dios, panadero!

Pepe cogió el ramal de su burro Majuelo, que se encontraba atado a un banco de la Plaza Mayor de Güéjar Sierra, y juntos, con paso firme, se dirigieron a la empinada calle que los llevaría al Barrio Alto del pueblo.

Cuando alcanzaron la Era del Llano, Pepe ya llevaba un rato renegando de la mascarilla y se decía para sus adentros – bozal del demonio –. Majuelo, cada vez que salían del pueblo por allí, no perdonaba la parada en la Fuente de Los 16 Caños y abrevaba en sus frescas y ricas aguas que manaban del Calar. Y Pepe aprovechaba, con la excusa de catar también el agua de la fuente, y se quitaba la mascarilla un rato.

En lo alto de Los Jarales el sol ya estaba diciendo aquí estoy yo, las espaldas de los dos, arriero y jumento, daban fe de ello.

– Majuelo, o nos damos prisa o a la vuelta lo vamos a pasar regular. – le dijo Pepe a su burro.

Porque el manco le hablaba al animal. Estaba convencido de que lo entendía perfectamente, porque Majuelo le prestaba más atención que muchas personas y ponía las orejas muy tiesas y apuntando hacia él. Cuando no le interesaban mucho las palabras de su amo, Pepe se daba cuenta de que echaba para atrás una oreja, normalmente la derecha.

Casi llegando al pinar, las chicharras recibieron a Pepe y Majuelo con sus veraniegos cánticos.

– Ves, lo que te decía, hoy va a apretar el calor. – El burro echó para atrás su oreja derecha.

Aunque Pepe había perdido un brazo años atrás, el que le quedaba lo movía con talento. Y en un periquete el serón de Majuelo se llenó de piñas.

– Vamos a echar un descanso, Majuelo.

El burro se puso a carear el poco pasto seco que aún quedaba por esos lares. Pepe sacó del bolsillo de la camisa un viejo transistor que siempre llevaba consigo y lo encendió. Estaban retrasmitiendo el Pleno del Senado y tenía el turno de palabra el Presidente del Gobierno… “Me quería referir al caso de Igor González Sola, al preso de la banda ETA, que se suicidó la semana pasada en la cárcel donostiarra de Martutene, y quiero antes que nada decir algo obvio y es lamentar profundamente su muerte. Lo lamento”

De inmediato, y con indignación, Pepe apaga el transistor y con la mirada perdida en el pinar rememora aquel fatídico 11 de agosto de 1989 en Montillana que lo dejó sin brazo y sin madre. Vuelve a ver el paquete en el zaguán de su casa. A su madre cogiéndolo. Se ve a sí mismo diciéndole que no lo abra y… suena su teléfono móvil. Sobresaltado, Pepe vuelve en sí, y un poco aturdido lee en la pantalla “Iñaki”, aquel forastero que lo visitó hace ya algunos años en su finca de la Fuente de Los Berros cuando estaba arando con Majuelo, y que se hizo pasar por periodista para, finalmente, confesarle que él era el que preparó y envió el paquete bomba del atentado. Desde ese momento, Iñaki y Pepe se habían hecho amigos y una vez al año el vasco volvía a Güéjar Sierra a pasar unos días con Pepe el manco.

– Hola Pepe, ¿has escuchado al Presidente?

– Sí, Iñaki. Tenía la radio puesta.

– ¿Sabes que conocía a Igor?

– Me lo puedo imaginar.

– Mira Pepe, en la cárcel hay mucho tiempo para pensar. A unos nos hace bien, a otros mal. Hay terroristas que se arrepienten y deciden seguir viviendo para poder pedir perdón el día que sean libres.

– Como a ti te pasó, ¿no, Iñaki? – interrumpió Pepe con palabras emocionadas.

– Así es.

– Sabes que, aunque me costó, te he perdonado.

– Lo sé, Pepe. Y estaré eternamente agradecido y en deuda contigo. Y hay otros – prosiguió Iñaki – que se arrepienten de todo el dolor y las muertes provocadas, y la desesperación de no soportar esa carga les lleva al suicidio.

– ¿Es lo que le ha ocurrido a este tal Igor? – preguntó Pepe.

– No, querido amigo, luego están los que no se arrepienten de nada y el tiempo en la cárcel el único efecto que les causa es más rabia y ganas de seguir asesinando. Igor era uno de estos. Nadie puede saber qué es exactamente lo que le ha llevado a quitarse la vida, pero te puedo asegurar que Igor no estaba arrepentido de nada. Al contrario, amenazó a Otegi y compañía con publicar todas las miserias de la banda terrorista porque no se sintió apoyado en un conflicto que tuvo con su ex pareja, también etarra, y por sentirse traicionado porque los dirigentes de la banda armada, ahora EH Bildu, habían girado hacia un camino, que según los militantes de la línea dura como Igor, consideraban muy alejado de los principios fundacionales de ETA.

– Ya, Iñaki, todo eso está muy bien, pero son temas que ni entiendo ni quiero entender. A mí lo que más me duele de todo este asunto es que el Presidente de España, en un Pleno del Senado, una de nuestras cámaras de representación, manifieste que “lo lamenta profundamente”, sin darse cuenta, o dándose, ya no sé qué pensar de este señor, que con esas palabras nos arrebata la Dignidad y la Justicia a todas las víctimas mortales, a los heridos y a las familias afectadas por atentados terroristas.

– Soy consciente de ello, Pepe. Por eso te he llamado en cuanto he escuchado las palabras de Sánchez. Me han parecido frívolas, innecesarias y fuera de lugar. Aunque todos sabemos que estaba “obligado” a pronunciarlas por los pactos a los que él y su partido se han vendido para poder estar en el Gobierno.

– Gracias de corazón por tu llamada, Iñaki. Tengo que dejarte, que Majuelo ha decidido volver sin mí a Güéjar.

– ¡Un abrazo, Pepe!

– ¡Un abrazo, Iñaki!

Majuelo había cogido la “verea” de Los Jarales y, aunque Pepe todavía podía verlo a lo lejos, se había adelantado bastante. Poco antes de darle alcance, Pepe el manco se cruzó con Damián, uno de los pastores del pueblo, y sus ovejas.

– ¡Pepe, que se te escapa el burro y las piñas! ¡Ja, ja, ja!

– ¡Burro del diablo!

– ¡Ja, ja, ja! ¡No olvides ponerte la mascarilla a la entrada del pueblo o los municipales te lo recordarán! – le gritó el pastor cuando Pepe se había distanciado del rebaño y acababa de dar alcance a Majuelo.

– ¡Bozal del diablo! – refunfuñó Pepe.

A la mañana siguiente, Pepe se encontraba plácidamente sentado en un banco de la Plaza leyendo el periódico IDEAL, que descansaba en su regazo, e iba pasando las páginas con su única mano. Un titular llamó su atención.

“SÁNCHEZ INDIGNA A VÍCTIMAS DEL TERRORISMO, POLICIAS Y GUARDIA CIVILES AL “LAMENTAR PROFUNDAMENTE” EL SUICIDIO DE UN ETARRA EN PRISIÓN”

Después de leer con detenimiento el desarrollo de la noticia, Pepe pasó la página de golpe con una mezcla de desdén y rabia y se topó con otro titular. 

“El presidente del Gobierno, junto al Ministro de Transportes, inaugurará el próximo 16 de diciembre la Segunda Circunvalación de Granada”. Pepe continuó leyendo con interés la noticia… “El acto, presidido por Sánchez, se celebrará en el nudo que conecta la flamante A-44 con la N-432 y la futura GR-43 que enlazará Granada y Córdoba por autovía”. Arrancó con un certero zarpazo la página del periódico que contenía la noticia y la dobló cuidadosamente. Después de introducir el trozo de periódico en el bolsillo junto a su viejo transistor, Pepe se incorporó del banco, y con una sonrisa que se escondía debajo de la mascarilla y que sólo él sabía que esbozaba, continuó con sus quehaceres diarios.

***

Era 15 de diciembre, en Güéjar Sierra ya se podía sentir la proximidad de las fiestas de Navidad y, aunque iban a ser muy distintas por la pandemia y el Coronavirus, las calles del pueblo lucían el alumbrado navideño. Pepe observaba las luces con satisfacción y alegría, a esas horas todavía no había amanecido y seguían encendidas.

Al llegar a la cuadra, Majuelo daba buena cuenta de la ración doble de pienso que horas antes le había echado su amo. El sol despuntaba por las cumbres blancas de Sierra Nevada. Era hora de emprender camino. Pepe el manco terminó de aparejar a su burro y de cargarlo con el jato que necesitaría para los tres días que iba a estar fuera. Lo último que metió en un cujón del serón fue una piel de cabra enrollada, de la que sobresalía, por uno de sus extremos, un trozo de palo de almez recién cortado y pelado.

Cuando estaba coronando las Revueltas del Loro, Pepe echó una última mirada a Güéjar, aquel hermoso pueblo de montaña que tan bien lo había acogido años atrás, y, tras un hondo suspiro, siguió camino en busca del Cortijo del Majano, ya en tierras de Quéntar, cuyas calles atravesó sin cruzarse con ningún vecino. Entrando a Dúdar, Majuelo abrevó en el río Aguas Blancas y continuaron la marcha en busca del Canal de Los Franceses, construido durante la invasión napoleónica y que sirvió para llevar agua desde el Aguas Blancas hasta las minas de oro en el Cerro del Sol. Antes de llegar a lo que queda en pie del Canal, el camino se empina desde la salida de Dúdar y se convierte en una larga cuesta que Pepe y Majuelo se tomaron con calma. Una vez coronada, el camino se hacía más amable, y, aunque todavía les quedaba un buen trecho, pudieron disfrutar del resto del trayecto entre olivares, pastizales y monte bajo. Tomaron el desvío del Camino de Belén hasta llegar a la altura de la Ermita del Santo Cristo del Almecí, donde Pepe tenía costumbre de parar un momento y santiguarse. Desde ahí, como decía Pepe el manco, era dejarse caer hasta los Cortijos de Belén y más abajo, Jesús del Valle, donde realizaron un breve descanso para reponer fuerzas con un trozo de pan y una morcilla de Güéjar. Ya solo les quedaba continuar suavemente por el Valle de Valparaíso, con el río Darro como compañero, hasta llegar a la puerta de casa de Santiago, en el mismo Camino de Beas, donde les esperaba.

– ¡Hombre, Pepe! ¡Ya estáis aquí! No te has equivocado mucho en tus cálculos, acaban de dar la media de las tres de la tarde.

– Nos estamos haciendo viejos Majuelo y yo – contestó Pepe con cordialidad.

– No seas exagerado, que todavía os queda cuerda para rato. Pepe, ¿no se te olvida algo? – dijo Santiago señalando la mascarilla que él sí llevaba puesta.

– ¡Anda!, el bozal…digo…la mascarilla, ja, ja, ja. Disculpa.

– No pasa nada, es normal, llevas todo el día por el campo sin ella puesta.

Santiago era un buen amigo de Pepe, ambos compartían la afición por las bestias, como decían ellos. Era un gitano de pura cepa del Sacromonte, y según él mismo contaba, descendiente directo del famoso “Chorrojumo”, aquel herrero de la segunda mitad del siglo XIX que se hizo famoso contando historias a los turistas a las puertas de la Alhambra, y que vestido con traje de gitano goyesco, se dejaba fotografiar a cambio de unos reales.

Tras dejar a Majuelo a cuerpo de rey en la cuadra y Pepe asearse en la habitación que le había preparado Santiago, pasaron la tarde al calor de la lumbre poniéndose al día de sus asuntos.

– Pepe, ¿qué te trae por aquí?

– Pues qué va a ser, visitar a un buen amigo.

– ¡Hombre, eso ya lo sé!, pero para mí que hay algo más, te conozco bien y me da en la nariz que tramas algo.

Pepe sacó del bolsillo de su chaqueta la hoja de periódico doblada y se la entregó a Santiago.

– Lee esto.

– No entiendo, Pepe. – dijo Santiago tras leerla con detenimiento.

– Mañana voy a ir a esa inauguración. – contestó Pepe con solemnidad – quiero ver en persona al Presidente.

– Pero si a ti nunca te ha interesado la política, Pepe. – le espetó con cara de sorpresa.

– Ya, pero esta ocasión es especial.

– Entonces me quedo al cuidado de Majuelo hasta que vuelvas.

– No, Santiago. Te lo agradezco, pero el burro viene conmigo.

– ¡¿Contigo?!

– Sí, ya lo entenderás mañana por la tarde cuando volvamos.

Esa mañana, antes del alba, el Sacromonte olía a humo de chimenea y a frío de diciembre. Pepe había ataviado al burro con el aparejo de gala, que tenía reservado para las ocasiones especiales, y esta era una de ellas. El ropón, el mandil, la jalma y la sobrejalma estaban adornados con coloridos y ricos bordados, y de todos colgaban flecos de hilo y trenzas de lana rematada en floridas borlas. El ataharre era antiquísimo y precioso, de los que ya no se veían ni se hacían. Majuelo lucía magnífico.

– Parece un burro de los que se veían por la Alhambra en época de mi antepasado “Chorrojumo”, “el Rey de los gitanos”. – dijo Santiago entrando por la puerta de la cuadra. Pepe se giró hacia él con cara de satisfacción. – Pero le falta algo. – prosiguió Santiago al tiempo que sacaba de su espalda un brazo mostrando algo – esta jáquima con bozal, con sus borlas, sus anteojeras, sus bordados llenos de color, su pelo de tejón y “tos los avíos” que tiene que llevar un burro con ese aparejo de enamorar mozuelas. Ya sabes que fue un regalo de mi abuelo “el canastero”, que a su vez heredó de su padre Rafael, mi bisabuelo.

– ¡Oh, Santiago! ¡Qué maravilla! Pero no quiero estropearla, no vaya a ser que…

– ¡Que “ná”! ¡Qué tonterías son esas! – me da el volunto que el día lo merece. – Santiago le colocó la jáquima a Majuelo, que parecía haber sido hecha a su medida.

– ¡Muchísimas gracias, amigo mío! Te doy mi palabra de devolvértela esta tarde sana y salva.

Pepe cogió con cuidado la piel de cabra enrollada con el palo de almez sobresaliendo y la metió en el serón con esmero.

– ¿Qué llevas en esa piel, Pepe?

– Cosas mías, Santiago, cosas mías. – y se despidió de él con un guiño de ojo.

Pepe el manco también se había vestido con sus mejores galas de arriero. Pantalón de pana, fajín negro, jersey de lana, chalequillo con interior de borreguillo, en la cabeza su mejor gorra y alpargatas en los pies. El primer rayo de luz despuntaba por el Sacromonte y Pepe y Majuelo salían de la cuadra de Santiago como personajes de otros tiempos. El Camino de Beas se les quedaba estrecho de lo anchos que iban. Y por el Camino del Sacromonte disfrutaron de las vistas de las cuevas a un lado y de la Alhambra al otro. De una de esas cuevas salió una gitana recién “despertá”, que al ver la estampa que desfilaba ante sus ojos no pudo contenerse y exclamó:

– ¡Válgame el señor, pues no acabo de salir de la cama y estoy en la puerta de mi cueva y me parece que sigo soñando con lo que estoy viendo!

– No es sueño, sino pura realidad, señora. – contestó Pepe descubriéndose la cabeza con la gorra.

– ¡Ole los burros guapos y los arrieros “güenos”!

Majuelo, que no frecuentaba el rebuzno, soltó uno que retumbó en todo el Sacromonte, rebotó en la Abadía y se fue para el Albayzín.

Ya en la Cuesta del Chapiz, Pepe se detuvo por un instante en la puerta de la Casa Madre del Ave María, donde en sus años mozos estuvo interno durante un curso escolar para que lo recondujeran académicamente. Y continuando la marcha pensó – quién me iba a decir a mí, que al igual que el fundador de estas Escuelas, Don Andrés Manjón, que bajaba a Granada y a la Universidad a lomos de su burra Morena, yo pasaría un día por la mismísima puerta con un burro de reata y recorrería, también, las calles de Granada… –. Entretenido en estos pensamientos, continuaron bajando y caminando por lugares emblemáticos de la ciudad; el Paseo de Los Tristes; la Acera del Darro; Plaza Nueva; la Catedral; la Gran Vía de Granada. Majuelo y Pepe el manco no dejaban indiferentes a los transeúntes, que se quitaban la mascarilla a su paso y aparecían boquiabiertos. Algunos niños, que iban de paseo de la mano de sus madres, tiraban de ellas para poder acercarse a Majuelo y acariciarlo. Para los niños de la ciudad era todo un acontecimiento ver un burro de verdad por la calle. Majuelo se dejaba hacer y disfrutó, como otro niño más, de todas aquellas caricias.

Con una hora de antelación, Pepe y su burro habían llegado al sitio que decía el recorte de periódico. Lo sacó de su bolsillo y lo comprobó una vez más. 

“El acto, presidido por Sánchez, se celebrará en el nudo que conecta la flamante A-44 con la N-432…” 

Y allí estaban, en el nudo, Pepe el manco y Majuelo, a la espera del desenlace, la inauguración. La zona estaba acordonada por Policía Nacional y Guardia Civil. Unos operarios se encontraban preparando la cinta que en breve sería cortada, y periodistas de todos los tipos se iban agolpando con sus grabadoras de voz, con sus micrófonos y con sus cámaras fotográficas y de televisión en la zona habilitada para ellos.

Pepe, que no sabía dónde colocarse exactamente con Majuelo, quedó a la expectativa, pero al momento un Guardia Civil, que lo había visto llegar, se le acercó.

– Buenos días.

– Buenos días.

– ¿A dónde va usted?

– No voy, vengo a la inauguración.

– ¿A la inauguración? – preguntó el Guardia Civil con perplejidad.

– Efectivamente. – contestó Pepe sin parpadear.

– Documentación, por favor.

– La mía o la del burro. – le contestó, conocedor de que el benemérito no podía ver su sonrisa detrás de la mascarilla.

– Por el momento, la suya. – replicó el Guardia Civil, que se había percatado de la guasa del arriero.

Tras comprobar los datos de Pepe el manco, el agente se dirigió hasta uno de los coches patrulla de la Guardia Civil, donde volvieron a cotejarlos. Al instante, se formó un revuelo con varios Guardias Civiles entorno al DNI de Pepe. Uno de los superiores de los agentes, Comandante de rango, se acercó hasta ellos intrigado con lo que estaba ocurriendo. Todos los agentes se cuadraron a su llegada. Les pidió explicaciones, y cuando le entregaron el DNI y el Comandante leyó su nombre y apellidos, giró inmediatamente la cabeza hacia donde se encontraba Pepe con Majuelo. Con paso firme, se dirigió hacia aquel arriero y su burro. Se cuadró ante ellos y los saludó con gesto marcial.

– De esta guisa no te habría conocido en mi vida, José. ¿Cómo estás? ¿Qué haces por aquí y con esta compañía, buen hombre? – le dijo con cordialidad el Comandante a Pepe mientras le ofrecía con la mano extendida su DNI.

– Pues ya ve, mi Comandante. Tras el atentado, la muerte de mi madre, la amputación de mi brazo – Pepe hizo una pausa para alcanzar el DNI y guardarlo en su cartera – estaba un poco perdido. Mi tía Paca, que Dios tenga en su gloria, me regaló una casa que tenía en Güéjar Sierra, y allí he rehecho mi vida y he encontrado la paz que perdí en Montillana. Y este es Majuelo, fiel compañero desde que llegué a Güéjar.

– Estáis los dos para salir en una postal costumbrista granadina, pero ¿por qué en la inauguración de la autovía?

– Hace unos meses leí en el periódico IDEAL la noticia, mire, aquí la tengo – Pepe le mostró el recorte de periódico – y se me ocurrió la idea de venir a conocer al Presidente, a Pedro Sánchez, y aquí estamos.

– Muy bien, hombre, pues eres bienvenido. Lo único es que deberás mantenerte a una distancia de seguridad por si el burro se pusiera nervioso – le explicó el Comandante con palabras afables – No vayamos a salir en las noticias de hoy por motivos distintos a la inauguración.

– Gastaré cuidado, mi comandante.

– Un gusto volver a verte sano, José. Adiós.

– El gusto es mío. – contestó Pepe con la gorra en el pecho.

El estruendo del motor de un helicóptero, que se acercaba a lo lejos proveniente de la Base Aérea de Armilla, puso en alerta a Majuelo, en especial a sus orejas, que se tornaron enhiestas como varas de avellano. El comandante retornó a su posición protocolaria y Pepe alzó la mirada al cielo. El helicóptero ya estaba allí, aterrizó en un lugar preparado para la ocasión. Del aparato volador se bajaron dos armarios empotrados en sendas chaquetas negras, tenían toda la pinta de guardaespaldas escondidos detrás de enormes gafas negras, y detrás de éstos, otros dos señores, también enchaquetados, uno más alto y espigado, con pinta de ex jugador de baloncesto, y otro más bajo y rechonchete, con una barba cana que le asomaba por la mascarilla. Sin ninguna duda, son ellos – se dijo Pepe –. Pedro Sánchez y José Luis Ábalos, Presidente y Ministro a la sazón del Reino de España, habían llegado.

La inauguración se desarrolló según marca el protocolo. Discursos de las distintas autoridades correspondientes; preguntas de los periodistas; fotos varias; corte de la cinta; aplausos…

Pepe y Majuelo, a una distancia prudencial, no perdían detalle. A veces Majuelo echaba para atrás la oreja derecha, pero el mayor tiempo las mantuvo las dos muy tiesas y apuntando al acto porque veía a su amo muy atento.

Justo cuando Sánchez y Ábalos, habiendo dada por concluida la inauguración, se bajaban del estrado y regresaban al helicóptero, Pepe gritó:

– ¡Presidente! ¡Presidente!

Majuelo, que era listo por naturaleza asnal, se percató del asunto y rebuznó como si no hubiera un mañana para ayudar a su amo. Todos los allí presentes, incluidos Ministro y Presidente, quedaron petrificados cual estatua de sal, para, justo después de salir del asombro, girarse al unísono en dirección a Pepe el manco y Majuelo. Los dos, burro y arriero, ataviados con sus vestimentas de época, se mantuvieron en silencio, orgullosos de ellos mismos, aguantando con gallardía y una pizca de altivez la mirada curiosa de aquellas gentes como si el tiempo se hubiera detenido.

– Una foto, nos gustaría hacernos una foto con usted – Pepe rompió el silencio.

El Presidente no sabía qué decir ni cómo actuar. El Comandante de la Guardia Civil, que tampoco daba crédito a aquella escena, no esperaba eso de José, se acercó al Presidente y le contó la historia de José Bolívar y su familia. Pedro Sánchez cambió el semblante, y de la incredulidad y sorpresa pasó a la tranquilidad y al interés personal.

– José Luis, ¡acompáñame!, vamos a hacernos una fotografía con ese señor y su simpático asno.

– Pero, Pedro ¡¿estás seguro?!

– Confía en mí, hoy vamos a llevarnos dos puntos, el de la inauguración y el de esta foto, luego te cuento la historia.

Así que con paso decidido el Presidente, y más timorato el Ministro, se dirigieron hacia Pepe y Majuelo. Y detrás de Sánchez y Ábalos toda la cohorte de periodistas; fotógrafos; camarógrafos; autoridades varias; Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado; los guardaespaldas…hasta el piloto del helicóptero abandonó su puesto para no perderse aquella peculiar escena.

– Hola José, el Comandante me ha contado.

– Muchas gracias por acercarse hasta nosotros, Presidente. Me gustaría hacerme una foto con usted. ¿Es posible?

– Por supuesto, faltaría más. ¿Cómo se llama el asno? – preguntó Sánchez con falso interés, que lo único que deseaba era subir al helicóptero cuanto antes.

– Majuelo, señor, un buen burro. Venga y póngase a mi izquierda si es tan amable.

– Buen sitio la izquierda – soltó Sánchez con tono jocoso.

– El burro delante…de nosotros para la foto. – respondió Pepe devolviéndole la broma.

– Ministro, usted a mi derecha, no se lo tome a mal. – Le dijo Pepe.

– Eso, no te lo tomes a mal, José Luis. – apostilló el Presidente siguiendo el juego.

Ábalos, antes de que pudiera mediar palabra, tenía el ramal del burro en sus manos, que ni corto ni perezoso le acababa de entregar el arriero.

– ¡¿Todos preparados?! – gritó Pepe a los periodistas, que enfrente de ellos se miraban unos a otros sin salir de su asombro. La instantánea no tenía desperdicio periodístico. En primer plano, un burro en posición transversal; detrás, Pedro Sánchez junto a un hombre manco que tenía apoyado su único brazo en el hombro del Presidente; y a la derecha del manco, el Ministro Ábalos que sujetaba el ramal del burro con cara de circunstancias.

En ese instante, Pepe, raudo y veloz, sin que nadie pudiera reaccionar, sacó del serón la piel de cabra, y cogiéndola del palo de almez, desplegó por arte de magia arriera una pancarta que rezaba así:

“LAMENTAMOS PROFUNDAMENTE

QUE PEDRO SÁNCHEZ SEA

EL PRESIDENTE DE ESPAÑA.

LO LAMENTAMOS”

“DIGNIDAD Y JUSTICIA

PARA LAS

VÍCTIMAS DEL TERRORISMO,

PARA ELLOS, PARA TODOS”

Los flashes de las cámaras no dejaron de sonar…

Jesús Labajo Yuste

el arriero

Nota del autor: este relato se escribió íntegramente los primeros y gélidos días de enero del año del Señor de dos mil veintiuno, al calor de una vieja estufa de leña y al cuidado de mis animales en el Cortijillo de la Cuesta Lola, sito en el barranco del mismo nombre, en el término municipal de Güéjar Sierra. También conocido como el Cortijo del Prado del Caballo, cuyo anterior propietario fue Mariano Fernández, apodado “el sordo” o “el de los mulos”.

***

Este relato fue presentado al XIV Certamen Literario ‘Domingo Puente Marín’ de Gúejar Sierra y está relacionado con Pepe el manco y El forastero, relatos que también participaron en otras ediciones del mencionado Certamen.

  1. Montse dice:

    Arriero:Nadie como tú conoce a los burros. Me has sacado sonrisas y carcajadas, porque imaginaba al personaje como si lo viera… Todo un homenaje a quienes lo merecen. Esas víctimas olvidadas y en este caso pisadas por un pelele.
    A seguir escribiendo que te sale del alma. ¡Gracias por tu arte!

  2. Jesús Labajo Yuste dice:

    Querida Montse, este humilde arriero queda agradecido de corazón por tus palabras. ¡Gracias, amiga!

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