Corazón Blanco

Historia en tres latidos

 

El corazón humano es un músculo que pesa unos 260 gramos y su tamaño es algo mayor de una mano cerrada. Está dividido en cuatro cavidades, dos aurículas y dos ventrículos. Su misión es bombear la sangre por todo el cuerpo. Para ello realiza dos movimientos, sístole y diástole, lo que se conoce como latido. Un corazón sano realiza unos 80 latidos por minuto.

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Esta es la historia de un corazón y el eco de sus latidos por la montaña.

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LATIDO PRIMERO

Con paso lento Arthur White recorre los escasos metros que lo separan de la gran piedra negra que se ha convertido en su atalaya desde aquel maldito día de febrero. Justo antes de sentarse en ella, eleva la mirada hacia el viejo edificio del observatorio del Mojón del Trigo, que se encuentra en un estado ruinoso. Arthur, al tiempo que con esfuerzo dobla el espinazo y sus rodillas para aposentarse en la piedra, no puede evitar la comparación con el observatorio, y al igual que él, se siente viejo y cansado, roto por la montaña.

Como cada mañana, extrae de su funda unos prismáticos y otea el Valle del San Juan en busca de una señal que lleva demasiado tiempo sin aparecer…

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Es mediodía y las vistas desde el Pico del Veleta son sobrecogedoras. Tras las últimas nevadas, Sierra Nevada parece un merengue, y eso piensa John, que sentado junto a Pablo y Luis, se toma un respiro después de la ascensión.

– Un merengue, eso parece hoy la Sierra, un merengue gigante… – dice en voz alta John.

– Calla, calla, no hables de comida, que a estas horas y después del pateo me como a un tío cagan…

– No empieces con las marranadas, Pablo. Ya sabes que no me gustan. – salta Luis para impedir que su compañero concluya la frase.

John y Pablo rompen en unas sonoras carcajadas que terminan por contagiar a Luis.

– Bueno, venga, dejémonos de tonterías y vamos para abajo que se está haciendo tarde y ya sabéis como se pone la nieve con el sol y estas temperaturas… – afirma Luis al colocarse de nuevo la mochila a la espalda.

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Arthur deposita los prismáticos sobre la piedra y bebe un trago de agua de su cantimplora. El sol de mayo comienza a calentar y el día se prevé caluroso. El deshielo pide paso con fuerza. Del bolsillo de su pantalón vaquero saca un recorte de periódico doblado en cuatro partes. Ha leído la noticia todos los días en esa misma piedra negra, al pie del viejo observatorio, desde que ocurrió lo que no debería haber ocurrido nunca. Recorre con su dedo índice cada letra impresa, las tiene grabadas a fuego en su corazón…”Buscan a un montañero sepultado por un alud el domingo en Sierra Nevada”. Sus ojos pasan del papel al valle, a la nieve, que se resiste a irse. La imagen de su hijo John le sobreviene a la mente mientras pierde la mirada en el blanco infinito del San Juan, ya no le quedan lágrimas que derramar…

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– Creo que con tanta nieve nos hemos despistado en la bajada.

– Tienes razón, John. Estamos entrando al Valle del San Juan y deberíamos ir más arriba.

– Por la loma de Cauchiles. Venga, Pablo, termina de ajustarte esa polaina y reiniciamos la marcha. No me gusta donde estamos. – dice John con prisa.

– Espera que voy a beber algo de agua, estoy sediento.

– De acuerdo, vamos a hacer una cosa. Mientras terminas, voy a dirigirme hacia allí – John señala una roca que aflora en la nieve – y vosotros me vais a seguir pero distanciados unos de otros, creo que así no sobrecargaremos esta media ladera.

Con paso firme John abre huella en la nieve, a cierta distancia el uno del otro lo siguen Luis y Pablo. John, nervioso, no para de mirar arriba y abajo en busca de una señal de alerta. Tenemos que salir de aquí cuantos antes, piensa al clavar el piolet, que se hunde en la nieve hasta la cruz. De repente, tres crujidos fuertes y secos transforman el rostro concentrado de John en una cara de pánico. Ni a él ni a sus dos compañeros les da tiempo a reaccionar, y una masa gigante de nieve los desliza ladera abajo y los engulle con sus fauces blancas en un abrir y cerrar de ojos.

Un silencio sepulcral recorre el Valle del San Juan.

Luis ha quedado sepultado por la nieve, aunque la diosa Fortuna le ha sonreído y su cabeza libre le permite ver el dantesco espectáculo. Calcula que se encuentra a unos doscientos metros más abajo de la huella que seguían. No hay rastro de sus compañeros en ningún lugar del alud, al menos hasta donde puede observar. No siente las manos, pero intenta sacarlas de la nieve para poder salir de allí. En un par de minutos está fuera. Aturdido y desconcertado por la situación, corre como poseído por encima de los restos del alud en busca de Pablo y John. Con la respiración acelerada busca el teléfono móvil en la chaqueta. Sigue en el mismo bolsillo, esto le tranquiliza de algún modo y con las manos ateridas llama al 112 para iniciar el rescate.

– Cálmese, por favor. – dice la operadora del centro de emergencias.

– Dos, le digo que son dos las personas que están sepultadas bajo la nieve. Envíe cuanto antes el helicóptero del SEREIM para rescatarlos. Repito, dos son dos…

– Luis, se llama Luis, ¿verdad?

– Sí, Luis, Luis. – contesta con tono apresurado.

– Luis, dígame donde se encuentra.

– ¡En Sierra Nevada, por Dios! En el Barranco de San Juan, cerca de la Estación de Esquí.

– De acuerdo, Luis. Mantenga el móvil operativo y no pierda la calma. Iniciamos el protocolo de rescate.

Con la mano temblorosa Luis guarda el teléfono en su chaqueta. Al levantar los ojos de la cremallera del bolsillo, ve como un brazo sale de entre la nieve y corre a su encuentro. Reconoce el guante que Pablo lleva en la mano.

– ¡Pablo, Pablo! – exclama Luis con alegría – ¡Aguanta, aguanta!

Luis escarba como si le fuera la vida en ello. En un instante los dos amigos se abrazan entre sollozos.

– ¡Estás vivo, estás vivo! – se dicen el uno al otro.

– ¿Y John, dónde está John? – pregunta Pablo lleno de nieve por todas partes.

– No lo sé, Pablo. Acabo de llamar al 112 y el helicóptero viene de camino.

***

Atardece en Sierra Nevada. Arthur se apoya en el piolet de su hijo John para levantarse. El piolet es lo único que se encontró en los primeros días de búsqueda y no se separa de él. Para Arthur es una manera de seguir conectado con su hijo, ya han pasado casi tres meses desde el alud y no hay rastro del cuerpo inerte de John. De pie, apoyado en piolet a modo de bastón y con la mirada perdida en el fuego del ocaso, Arthur rememora aquellos primeros momentos de la búsqueda de su hijo…

***

John no sabe muy bien donde se encuentra. Tiene frío y la oscuridad y el silencio lo envuelve todo. ¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido?, se pregunta mientras toca una superficie fría y húmeda. Debo de estar soñando, todo es muy extraño, se dice en su interior John.

Instintivamente, rebusca en un bolsillo el pequeño frontal que Marta le había regalado hacía unos meses en su cuarenta y dos cumpleaños. No había olvidado las palabras de su mujer “Cada vez que enciendas esta linterna y la luz ilumine tu camino, te acordarás de mi cuando estés en la montaña”. John enciende el frontal y la luz ilumina una especie de cueva de nieve. Aterrado, lo entiende todo. Está sepultado bajo la nieve…

Luis y Pablo hacen señales al helicóptero del SEREIM, que aparece remontando el Barranco de San Juan y aterriza a veinte metros de ellos. Con el motor en marcha se bajan cuatro agentes de la Guardia Civil de Montaña pertrechados con todo el material necesario para iniciar el rescate.

– Hola, me llamo Pedro – dice uno de los agentes. – ¿Cuántas personas están desaparecidas?

– Solo una. Nuestro compañero John. – contesta Pablo.

– ¿Vosotros habéis sufrido algún daño? – pregunta el agente.

– No, gracias a Dios estamos bien. – dice Luis.

– De acuerdo, de todas maneras os vamos a subir al helicóptero para que os lleve al hospital y os realicen una exploración por si…

– ¡No, no! Nos queremos quedar aquí, por favor. – Interrumpe Luis con gesto preocupado. – Estamos bien, queremos ayudar, es nuestro amigo.

Pedro lanza una mirada al resto de sus compañeros que asienten con la cabeza.

– Muy bien. Os vamos a dar una sonda a cada uno y sin separaros vais a hacer exactamente lo mismo que hagamos nosotros. Repito, sin separaros, porque existe riesgo alto de que se produzca otro alud.

Pedro hace una señal al piloto del helicóptero que despega en busca de más Guardias Civiles para ayudar en las tareas de búsqueda de John.

– SEREIM a Borreguiles, SEREIM a Borreguiles, me copias, me copias. – dice Pedro a través de su Walkie Talkie.

– Borreguiles a SEREIM, te copio. ¿Qué ocurre?

– Hola, soy Pedro. Tenemos una emergencia. Avalancha en el Barranco de San Juan. Un montañero sepultado hace cuarenta minutos. Necesitamos máquinas quitanieves para acelerar la búsqueda. El tiempo corre en nuestra contra.

– Recibido, nos ponemos en marcha.

Siete metros más abajo John cada vez siente más frío. Es consciente de la situación y conoce el tiempo que le resta de aire dentro de la cueva de nieve. Ha leído los suficientes manuales de montaña para saber de qué va el asunto. Se toca el pie derecho y no siente nada. La bota que lo protegía debe haberse salido durante la avalancha, piensa John. Efectivamente, al encender la linterna y dirigir la luz al pie corrobora sus suposiciones, se está congelando. Si el equipo de rescate – John no pierde la esperanza de que alguno de sus compañeros se haya salvado y haya dado el aviso – no lo encuentra en breve, todo estará acabado.

Una hora después, diecinueve agentes de Rescate en Montaña de la Guardia Civil; los dos compañeros de John, Pablo y Luis; 2 máquinas quitanieves de la Estación de Esquí y personal de la misma, así como profesores de las distintas escuelas de Esquí, buscan con ahínco a John sobre la nieve del alud.

En el silencio y la oscuridad de la cueva parece que el tiempo se hubiera detenido y John solo escucha los latidos de su corazón, es lo único que retumba en lo más profundo de su ser. Enciende y apaga la linterna al compás de cada latido, lleva más de una hora repitiéndolo como si se tratara de un ritual sagrado. Cuando hay luz la imagen de Marta lo reconforta. Cuando todo es oscuridad un miedo frío se apodera de él.

Tum-tum – Luz.

Tum, tum – oscuridad.

Tum-tum – Marta.

Tum-tum – miedo frío.

Tum-tum, tum-tum, tum-tum…

John siente como su corazón late cada vez con menos fuerza, nota como se apaga y torna a blanco, y presiona el interruptor de la linterna. Es hora de dejar la luz brillando para siempre, dice con vez queda en un último suspiro.

LATIDO SEGUNDO

Desde la desaparición de su hijo, Arthur se aloja en una habitación del Albergue Universitario situado en la Hoya de la Mora, muy cerca del Barranco de San Juan y del Mojón del Trigo, su observatorio particular. Dirige su mirada al tablón de corcho colgado en la pared repleto de recortes de periódico, y comienza el ritual de lectura: “Buscan a un montañero sepultado por un alud el domingo en Sierra Nevada”, “Un senderista inglés desaparece bajo un alud en Sierra Nevada”, “La Guardia Civil no se plantea por el momento abandonar la búsqueda y ampliará hoy el perímetro de rastreo”, “Las máquinas barren toneladas de nieve para hallar a John”, “La búsqueda del montañero desaparecido se centra en repasar la zona ya batida”. Arthur relee en los recortes “19 agentes de Rescate en Montaña de la Guardia Civil, cuatro perros especializados, 2 máquinas pisapistas y 133 militares rastrean casi un kilómetro cuadrado donde la nieve alcanza hasta 10 metros de espesor”. Se sabe de memoria las declaraciones de un mando de la Guardia Civil: “Es uno de los aludes más importantes que se recuerdan en Sierra Nevada. Una lengua de más de 700 metros de largo y 400 de ancho, provocando una zona de intervención de un kilómetro cuadrado. Todo se complica porque las lenguas de nieve tomaron muchas direcciones. John pudo acabar en cualquier zona”. Arthur se detiene, siempre lo hace ahí, conoce las siguientes palabras y no las quiere volver a leer “La intención es continuar hasta que aparezca el cuerpo, sobre el que no hay posibilidad de encontrarlo con vida”. El corazón de Arthur White deja de latir por un instante y se hace añicos otra vez.

El sonido del teléfono de la habitación rescata a Arthur de su dolor, que tenía la mirada perdida en los recortes de periódico.

– Hola Arthur.

– Hola Marta.

– ¿Cómo va todo?

– Otro día más sin saber nada de John.

– Arthur, todos valoramos lo que estás haciendo, pero han pasado casi tres meses. Debería volver al pueblo – dice Marta con cariño.

– No puedo, Marta, no puedo – contesta Arthur asomado a la ventana con vistas a las cumbres nevadas.

– Arthur, las tareas de búsqueda se han reducido mucho. Y ya sabes lo que dice la Guardia Civil que…

– Ya, ya lo sé – interrumpe Arthur con tristeza – que hay que esperar al deshielo para que aparezca el cuerpo.

– Sí, Arthur, y que puede aparecer a principios o al final del verano, porque se ha acumulado una cantidad inusual de nieve en estos tres meses. Tu mujer y tus hijos te necesitan, te echan de menos. Y ya sabes que yo también – dice Marta a través del teléfono.

– No os preocupéis por mí, estoy bien. Además, sabes que cuento con Luis, que participa en las labores de búsqueda desde el primer día.

– Bueno, Arthur, ya veo de quien heredó John la testarudez. Cuídate. Un beso. Mañana hablamos de nuevo.

– Adiós, Marta.

Con las primeras luces del alba Arthur y Luis se dirigen un día más hacia el Mojón del Trigo. Allí Luis se coloca los crampones en sus botas de montaña y comienza el descenso al Barranco de San Juan. En las últimas semanas Luis se ha acostumbrado a iniciar la búsqueda una hora antes de que lleguen los agentes del SEREIM, así se siente más cerca de su amigo John.

– ¡Suerte, Luis, mucha suerte! – grita Arthur levantando el piolet de su hijo.

Luis, que ya se ha alejado lo suficiente como para no poder escucharlo, le devuelve el saludo de igual modo y levanta el piolet al aire.

Arthur observa con los prismáticos las evoluciones de Luis por la zona donde se produjo la avalancha el 20 de febrero. Hoy es 18 de mayo, el cielo se encuentra despejado, no corre viento y parece que el sol va a volver a apretar como ayer. A través de los dos círculos de sus binoculares, Arthur mira como Luis, incansable, recorre una y otra vez la nieve en busca de un indicio, de una señal que le conduzca al cuerpo de John.

A Luis le parece distinguir algo de color verde a unos cien metros de donde se encuentra. Sin demasiada esperanza – no es la primera vez que cree haber visto algo y cuando ha llegado al lugar no era nada- se acerca hasta el punto en cuestión. Su corazón palpita cada vez con más fuerza, a cada paso que da los latidos son más intensos. Se encuentra a un metro escaso, y la bota de John aflora por encima de la nieve. Lo ha encontrado, por fin, tres meses después ha encontrado a su compañero.

En el Mojón del Trigo suena un Walkie-Talkie.

– Arthur, es la bota de John, es su bota. Por fin lo hemos encontrado – dice Luis con emoción contenida.

– Gracias a Dios, Luis. Ya podemos descansar, él y nosotros – responde Arthur al tiempo que se santigua y dirige la mirada al cielo azul de Sierra Nevada.

Media hora después, a las nueve de la mañana, cuatro agentes de la Guardia Civil de Montaña llegan hasta donde se encuentra Luis, sentado junto a la bota de John. Uno de los agentes escarba con cuidado alrededor de la bota y comprueba que se encuentra puesta en el pie de John, lo que significa que el cuerpo está allí también.

– ¿Cómo estás, Luis?

– Bien, Pedro – contesta. Y se abraza al Guardia Civil.

Son las diez de la mañana en Zafarraya, un teléfono suena. Marta lee en la pantalla de su móvil “llamada entrante – Arthur”. Su corazón le da un vuelco. Un pálpito se apodera de ella. Sabe lo que puede significar una llamada de Arthur a esas horas.

– ¿Arthur? – dice con miedo y curiosidad al mismo tiempo.

– Marta – Arthur se queda callado por un instante – hemos encontrado a John. Luis lo ha encontrado.

Marta, que había soñado con este momento, no sabe que contestar y rompe a llorar. Su llanto desconsolado llega hasta el Mojón del Trigo y Arthur, sin decir nada, deja que Marta se desahogue del dolor acumulado.

– Marta, tengo que contarte algo misterioso.

Marta intenta calmarse y se enjuga las lágrimas con la mano.

– Dime, Arthur.

– Los Guardias Civiles de Montaña han encontrado a John con una linterna frontal en la mano.

– Sí, fue un regalo que le hice en su cuarenta y dos cumpleaños.

– Pero es que la luz estaba encendida y brillaba con fuerza después de tres meses enterrada en la nieve junto a John. Y los Guardias Civiles no le encuentran explicación, dicen que las pilas se deberían haber agotado en las primeras veinticuatro horas.

De repente Marta se siente tranquila. Y recuerda las palabras que le dijo a John cuando desenvolvió su regalo “Cada vez que enciendas esta linterna y la luz ilumine tu camino, te acordarás de mi cuando estés en la montaña”.

Marta sabe ahora que John murió en paz. Estuvo junto a él en aquella cueva de nieve justo antes de que el corazón de John se hiciera blanco. Ella lo acompañó en su último latido iluminado por una luz brillante.

LATIDO TERCERO

El 20 de febrero de 2011, John Hogbin T., de ascendencia británica, montañero, mecánico de profesión y residente en Zafarraya (Granada) desde la infancia, fue sepultado por un alud en el Barranco de San Juan junto a dos compañeros que milagrosamente salvaron la vida.

Aunque el dispositivo de rescate y búsqueda fue ingente, y en el mismo participaron el helicóptero y los Guardias Civiles del SEREIM; los dos compañeros de John; máquinas pisa pistas de CETURSA y operarios de la Estación de Esquí “Sol y Nieve”; profesores de las distintas escuelas de esquí de la estación; cuerpos especiales militares; el helicóptero del GREA y componentes de este grupo y numerosos voluntarios, no fue hasta el 18 de mayo de 2011 cuando uno de los compañeros de John dio con su cuerpo tres meses después.

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Esta es la historia de un corazón blanco.

En memoria de este y de todos los corazones blancos que se quedaron en la montaña para la eternidad.

Todavía es posible escuchar el eco de sus latidos por los valles y las cumbres…

 

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Corazón Blanco de Jesús Labajo Yuste ha sido relato ganador en la VII Edición del concurso internacional de cuentos y relatos de montaña Cuentamontes, y está publicado, junto con los relatos finalistas, en el Libro Cuentamontes 2014.  Más información en el siguiente enlace http://www.cuentamontes.com

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  1. juan carlos dice:

    Me ha sido muy amena su lectura.
    Espero seguir leyendo tus relatos.

  2. Jesús Labajo Yuste dice:

    Gracias, Juan Carlos. A ver si pronto me animo a escribir otro.
    Un saludo

  3. beatriz.O dice:

    Una vez más me doy cuenta de realidad de vivir intensamente en esta vida.
    Gracias por este relato.

  4. Jesús Labajo Yuste dice:

    Gracias, Beatriz.
    Un saludo

  5. Fantástico y triste al mismo tiempo, un abrazo amigo arriero.

  6. Jesús Labajo Yuste dice:

    Gracias y un abrazo con mucho retraso, Machocabrio.

  7. Jesús Labajo Yuste dice:

    Gracias por leerlo, Unai.

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