El forastero

La reja del arado abría el surco en la tierra húmeda. El burro, uncido con el horcate y la collera, y enganchado al arado por los varales, tiraba con fuerza del conjunto, que en Güéjar Sierra se conocía con el nombre de la ganga.

Hacía ya una hora que el sol asomaba por las cumbres blancas de Sierra Nevada, y Pepe el manco se afanaba, junto a su burro Majuelo, en arar la tierra para que se encontrara lista el próximo cuarto menguante de luna y poder sembrar la avena.

Tras las lluvias de los días pasados, la tierra se presentaba en magníficas condiciones y, al paso del arado, emanaba sutiles fragancias de humedad, hierba fresca y hojas secas.

– Huele a vida. – se decía para sus adentros Pepe mientras Majuelo resoplaba por el esfuerzo.

Aunque el arado tuvo dos manceras en sus orígenes, el herrero del pueblo, a petición de Pepe, lo había reconvertido en uno de una sola mancera para que lo pudiera manejar con soltura. Los ramales que salían de la jáquima del asno quedaban atados al extremo de la mancera, así Pepe el manco, al tiempo que agarraba con fuerza el arado, podía tirar de ellos para dirigir a Majuelo si la situación lo requería. De cuando en cuando, alguna raíz superficial de almez frenaba en seco el arado, y Majuelo, que ya conocía el paño, esperaba paciente a que Pepe tirara hacia atrás de la ganga y sacara la reja del enganchón para proseguir con la labor.

– Arre burro, arre. – y Majuelo volvía a tirar espoleado por las palabras de Pepe el manco.

Dos horas más tarde, la parata estaba a medio arar, y Pepe decidió dar un descanso a Majuelo. Desenganchó los varales del horcate, que cayeron libres al suelo junto al arado de vertedera, y condujo al burro a la Fuente de Los Berros, que no quedaba lejos de allí. Antes de comenzar a faenar, justo al lado de la fuente, Pepe había escondido una espuerta con grano para darle de comer al burro en el descanso. Mientras Majuelo saciaba su sed en las frescas y cristalinas aguas que surgían de la Fuente de Los Berros, Pepe fue en busca de la espuerta, que depositó al lado de Majuelo. Al instante, el jumento daba buena cuenta de su desayuno, una deliciosa mezcla de avena y cebada.

– Buenos días, ¿es usted José Bolívar? – preguntó alguien que aparecía bajando por el camino de la Estación.

– Buenos días, el mismo que viste y calza. – contestó sorprendido al levantar la mirada de la espuerta y ver la cara de aquel forastero.

– En el bar de la Plaza Mayor me han dicho que lo encontraría por estos lares.

– Así es. ¿En qué puedo ayudarte?

– Mire usted, soy…

– Puedes tutearme. – interrumpió Pepe con gesto amable.

– De acuerdo. – contestó el forastero con una sonrisa que se podía adivinar entre su poblada barba negra – Me llamo Iñaki Gorbea, soy periodista y estoy escribiendo un libro sobre el terrorismo en España… – el forastero se detuvo intencionadamente esperando a que Pepe hablara, pero Pepe no se inmutó, al contrario, seguía como si nada sentado en una piedra y sacando del morral la bota de vino y un trozo de queso. Se echó la mano al bolsillo en busca de la navaja.

Iñaki se incomodó con el silencio, así que hizo ademán de volver a hablar, pero antes de que articulara palabra, Pepe le dijo – Toma un trozo de queso y dale un tiento a la bota.

Iñaki, sin saber muy bien qué decir, aceptó la invitación de Pepe y se sentó en otra piedra.

– Con que estás escribiendo un libro sobre el terrorismo, ¿no?

– Así es. – contestó Iñaki solícito limpiándose la boca del vino que no había entrado.

– ¿Y cómo lo llevas? – preguntó Pepe sin levantar la vista de la navaja que cortaba el queso de cabra.

– Es un tema complejo, pero creo que no va mal.

– ¿Y por qué quieres hablar conmigo? – inquirió Pepe, aunque era evidente que conocía la respuesta a la perfección muy a pesar suyo.

Iñaki, que tenía un trozo de queso en la boca, se atragantó al escuchar la pregunta. – Pues verás, Pepe, me he estado documentando y conozco tu historia y la de tu familia – dijo con las palabras entrecortadas por la tos del atragantamiento y la tensión de la situación.

– ¡Toma hombre! Echa otro trago de vino para que pase ese queso. – le dijo Pepe en tono amigable, ofreciendo la bota al darse cuenta de lo seca de su respuesta y de la reacción del forastero.

Pepe se levantó, alargó la bota a Iñaki, y con paso firme se dirigió hasta el burro y deslió los ramales de Majuelo enredados entre unas zarzas. Desde allí, con expresión distante, Pepe preguntó – ¿Y si conoces mi historia y la de mi familia, para qué quieres oírla otra vez?

– Verás, Pepe. – carraspeó Iñaki nervioso – Uno de los capítulos del libro está dedicado a las víctimas que sobrevivieron a algún atentado de ETA. Y por eso estoy aquí en Güéjar Sierra…

– Ya veo, ya. – contestó Pepe, que volvía de nuevo a estar sentado en la piedra.

– ¿Soy el primero?

– ¿El primero? – contestó Iñaki con sorpresa.

– La primera víctima sobreviviente a un atentado con la que has hablado. – afirmó Pepe el manco.

– Pues no, ya lo he hecho con algunas. – contestó Iñaki más tranquilo al percibir el interés de Pepe.

– ¿Y qué te han contado? ¿Qué les has preguntado? ¿Qué quieres saber, Iñaki? – preguntó Pepe emocionado – Ya han pasado muchos años desde aquella maldita explosión que cambió mi vida, y si te soy sincero, es algo que no me gusta recordar y mucho menos hablar de ello. He aprendido a vivir con esa experiencia traumática, y aunque el dolor no ha desaparecido, sí que el paso del tiempo lo ha suavizado lo suficiente para poder cargar con él… – Pepe, absorto, quedó en silencio con la mirada perdida en el agua que brotaba de la fuente.

Iñaki no supo qué decir y respetó el silencio de Pepe, roto solo por el rumor del agua…

Minutos después, Pepe, algo aturdido, como si hubiera salido de un trance, dijo – Mira Iñaki, si te parece bien vamos a hacer lo siguiente. Te vas a venir conmigo. Majuelo y yo terminamos de labrar el bancal que se ha quedado a medias. Mientras, tú enciendes la lumbre para preparar unas viandas, y luego, bien comidos, y al calor del fuego, te cuento todo lo que quieras saber.

– Me parece una idea magnífica. – contestó Iñaki con alegría.

***

Pepe miraba con satisfacción la parata labrada mientras acariciaba el lomo sudoroso de Majuelo. Algo más lejos, chisporroteaban las ramas secas que Iñaki arrimaba al fuego.

El forastero y Pepe el manco dieron buena cuenta de los chorizos y la carne a la brasa que prepararon en la lumbre.

– ¿Puedo sacar una libreta para anotar tus palabras? – preguntó Iñaki tras un último tiento a la bota de vino.

– Para eso estás aquí, ¿no?

Pepe comenzó a narrar lo vivido. De nuevo trajo a su memoria aquel caluroso día de agosto de 1989, el canto de las chicharras, la llegada del paquete a su casa y la conversación con su madre, a la que no pudo convencer para que no lo abriera. Y la explosión, aquella explosión que seguía retumbando en sus oídos cada día como si hubiera ocurrido hacía un instante. Y luego la sangre y la ambulancia y su madre en la camilla y los médicos intentando reanimarla… Y el torniquete en su brazo derecho que quedó amputado para el resto de sus días…

– Perdón, Pepe.- susurró Iñaki entre el crepitar del fuego.

– ¿Qué dices, Iñaki?

– Que te pido perdón, digo que me perdones.- respondió taciturno mirando al suelo.

– No te preocupes, lo he contado porque he querido. No tengo que perdonarte por nada. Al fin y al cabo, todo esto forma parte de mi vida, es mi historia.- contestó Pepe, que atizaba el fuego con tristeza en el semblante.

– Pepe, no soy periodista. – dijo Iñaki con tono serio. Y le enseñó la libreta que estaba sin anotación alguna. – Llevo en la cárcel 20 años. Hace dos semanas que me han dado la libertad. Formé parte del “Comando Andalucía” de ETA. Yo fui el que preparó y envió aquel paquete bomba a tu hermano Dionisio… – Iñaki se detuvo un instante, que se le hizo eterno intentando contener las lágrimas, y prosiguió con la voz rota – Yo maté a tu madre Conrada, yo te dejé sin brazo… – Iñaki se echó las manos a la cara y rompió a llorar…

En la noche negra Pepe el manco sintió como si un rayo lo atravesara por dentro. Un rayo de hielo que congeló su corazón roto desde aquella fatídica explosión en Montillana. No podía creer lo que estaba oyendo. Aquello no podía ser verdad, se debía de tratar de un mal sueño, una auténtica pesadilla…

– Durante mi encarcelamiento – prosiguió Iñaki entre sollozos – he tenido mucho tiempo para reflexionar, para darle vueltas a todo lo que hice en aquellos años de juventud. Fueron actos irresponsables, llenos de odio que ahora no sé muy bien de donde nacía. Atentados que nunca debí cometer, pero que no puedo borrar de mi vida y que siempre llevaré como pesado equipaje. He venido a pedirte perdón con el corazón en la mano. Traigo mi arrepentimiento, estas palabras sinceras a cambio de las tuyas. Mi voz por tu memoria.

Las miradas se cruzaron. Sus caras, iluminadas con las cálidas luces de las llamas, se mostraban serenas después de todo.

Y allí quedaron, mirándose sin mediar palabra. Disfrutando de una sobrevenida paz interior que jamás pensaron poder alcanzar.

El dolor de aquellas almas atormentadas se fue apagando para siempre al igual que el fuego junto al que estaban sentados, único testigo del encuentro.

******

El forastero de Jesús Labajo Yuste fue el relato ganador en categoría adulto del VII Premio Literario Domingo Puente Marín , y está publicado, junto con el relato ganador categoría infantil,  en el número 192 de febrero de 2014 de la Revista «Plaza Mayor» del Ayuntamiento de Güéjar Sierra.  Más información en el siguiente enlace http://issuu.com/guejarsierra/docs/revista_192_baja_r y http://issuu.com/guejarsierra/docs/premiados_viipremioliterario

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